Sobre el café

Estoy en una taza de café, las aguas negras y aromáticas intentan ahogarme. Veo un pedazo de pan como un iceberg en medio de la taza y nado hasta él. Llega una gaviota de las playas de tequila y comienza a picotear el pedazo de pan al que ahora me aferro. Vete! Vete a comer a otro lado! Pero no hace caso, picotea y picotea. Me hace sangrar. La tinta de mi sangre vuelve el café un negro más intenso, más espeso. Diviso una vara plateada, labrada con florecitas de las que crecen al pie de las carreteras, está sumergida hasta la mitad, no es muy larga pero su tallo alcanza el borde de la taza, creo que es una de las cucharas de la abuela. Este debe ser el mejor camino para salir de aquí. Mis manos sangrantes se aferran a las patas escamosas de la gaviota, esta se pone a chillar y aletea, trata de picotearme las manos para que la suelte, pero no la suelto, después de todo ya estoy sangrando. Le aprieto las patas y ella se enfurece cada vez más, agita las alas, chilla, revolotea y en su desespero se acerca a la vara que antes divisé, le suelto las patas y me dejo caer. Ella rápida se aleja de mí. El impacto me sumerge en el café y como por arte de magia reboto a la superficie, hacia mi derecha, la porcelana manchada de la taza forma figuritas marrones, grafitis indescifrables para mí, hacia el otro lado, y muy cerca de mí, la vara. No me cuesta mucho alcanzarla. Empiezo a subir por ella, pisando las florecitas plateadas, subo, subo, alcanzo el borde y me siento. Desde ese lugar logro ver la sala de mi casa. Me tiro del borde y caigo de pie, empiezo a sacudirme el café del cuerpo, las gotitas se esparcen por el piso como hormiguitas borrachas, húmedas. Camino hasta la sala y diviso una palmera saliendo del centro de mi casa, rompiendo el techo de tejas y cubriendo las paredes exteriores. Gigantescas pencas de verde brillante, el sol atravesando entre ellas, formando sombras en el piso desnivelado por las raíces gruesas. El tallo largísimo cubierto de asperezas desde abajo parecía llegar hasta el cielo. La palmera parida de cocos que parecían bolas de baloncesto. Los muebles desnivelados por la raíces hacían de la sala una visión tridimensional. Mi abuela que estaba sentada en la mecedora reía a carcajadas. Mi madre dormía, inexplicablemente. Desperté.

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